El atributo más reconocible de los narvales, unos cetáceos de entre cuatro y cinco metros de largo que habitan los mares árticos, es sin duda su gran colmillo.
Este canino sobredimensionado y de forma helicoidal puede proyectarse más de dos metros desde el lado izquierdo de su mandíbula superior, lo que da a estos animales una distintiva apariencia, como de unicornio.
Ahora, un equipo de investigadores coordinado por Martin Nweeia, un experto en biomateriales de la Escuela de Medicina dental de la Universidad de Harvard, ha averiguado que esta pieza ayuda al narval a percibir cambios en su entorno y determinar, por ejemplo, si hay alimento u otros ejemplares en las cercanías.
Según recogen estos científicos en la revista The Anatomical Record, se ha especulado sobre las funciones de este colmillo durante décadas, ya que estos mamíferos, de los que sobreviven unos 75.000, no han podido ser examinados a fondo.
Así, los biólogos coinciden en que suele estar más presente en los machos, que hacen uso de él para enfrentarse a otros y posicionarse en la jerarquía social.
Anteriores estudios habían revelado que carecía de esmalte. Nweeeia y sus colaboradores han hallado, además, que la capa externa del cemento dental del colmillo es porosa y que la lámina interior de dentina posee canalizaciones microscópicas que se adentran en la estructura.
En el centro de la misma se encuentra la pulpa, con terminaciones nerviosas que están conectadas con el cerebro.
“Aunque se trata de una pieza rígida, parece una membrana permeable”, destaca Nweeia. Esta peculiaridad la hace especialmente sensible a las temperaturas y a los cambios químicos en el medio ambiente.
Por ejemplo, el ritmo cardíaco del animal experimenta alteraciones si el colmillo es expuesto a diferentes niveles de salinidad. La capacidad sensitiva de esta pieza también permitiría a los machos localizar hembras y saber si están dispuestas a aparearse.
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